domingo, 2 de noviembre de 2008

Fray San Martín de Porres



San Martín de Porres. (Año 1639)

“...Y así acudían a él infinitos pobres y todos hallaban en él remedio, los enfermos alivio, los afligidos consuelo y los demás todo amparo...” (José Augusto del Busto D.)


Este 3 de Noviembre celebramos la festividad de un santo peruano, un fraile humilde y pobre entre los humildes y los pobres, barbero, enfermero, herbolario, vidente, penitente, asceta y místico, un “serafín encendido en llamas de caridad”, nuestro San Martín de Porres.

San Martín de Porres nace en Lima el 9 de diciembre de 1579, hijo de Juan de Porres, caballero español y de Ana Velásquez, negra libre panameña. Bautizado en 1579 y en 1591 recibió el Sacramento de la Confirmación por manos del entonces Arzobispo de Lima nuestro Santo Toribio de Mogrovejo.


Deseoso de aprender un oficio y ganar dinero para ayudar a su madre, Martín entró a servir en casa de un boticario con el que debió aprender la elaboración de pócimas y pomadas, la confección de purgas y la aplicación de ungüentos. Progresó mucho en este oficio, sobretodo como herbolario. Al sentir que era demasiado cómodo aquello de trabajar en una botica, sus pasos lo llevaron a aprender el oficio de barbero, desempeñando las funciones estéticas, curativas y profilácticas de un barbero de la época.Lo evidente es que Martín, con sus 15 años de edad, tampoco fue feliz como aprendiz de barbero, no le disgustaba el oficio, pero tampoco le atraía al extremo dedicarle la vida entera. En cambio, desde la orilla del río, desde el mismo Malambo, divisaba algo que le gustaba: El Templo de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual. Es así como a sus 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos. Desde un primer momento entendió su situación. En el cielo entraban todos en igualdad de condiciones, pero en el convento, no. Fue admitido solamente como "donado", o sea un sirviente de la comunidad. Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes y siendo el último de todos. Sus ideales máximos - los que lo acompañarían toda su vida – eran alabar a Dios y pedirle perdón por las ofensas suyas y de los demás hombres. El no quería ser santo, sólo rezar y trabajar, servir a Dios y hacerse bueno.

El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. Su deber, costumbre y especial devoción como miembro de la comunidad de los Padres Predicadores de la Orden de Santo Domingo era El Campanario del Alba, sus biógrafos dicen: “todo el tiempo que fue religioso tocó a Maitines y al Alba, nunca faltó a ello, en vigilia o despertándose, en salud o enfermedad- salvo los días que con licencia pasaba en Limatambo o en la Recolecta, nunca falló a esta devoción.” Sin embargo, por encima de esta devoción campanera, San Martín de Porres tuvo otras importantes devociones... Refieren que se le veía visitar de día y de noche la iglesia del convento y los altares, hincado siempre de rodillas, y que se ocupaba de hacer oración delante del Santísimo Sacramento y de la imagen de María Santísima y otros santos.

San Martín de Porres fue frugal, abstinente y vegetariano. Dormía sólo dos o tres horas, mayormente por las tardes, en un catre de cuero con una frazada vieja. La verdad es que podía dormir en una banca, en la cátedra del Capítulo o a los pies de un enfermo grave. Usó siempre un simple hábito de cordellate blanco con una capa larga de color negro. Nunca se dijo que usó el hábito sucio, pero sí que lo llevaba viejo. Alguna vez que tuvo hábito nuevo, otro fraile lo felicitó. Entonces Fray Martín, risueño, le respondió: “pues con éste me han de enterrar.” Y, efectivamente, así fue, porque el día de su deceso “se buscó con qué poderle amortajar entre los paños viejos y humildísimos que vestía, y se le puso por mortaja dicho hábito...”

Durante su vida conventual, San Martín de Porres fue barbero, ropero, enfermero, herbolario... Ejerció de Enfermero Menor por más de 30 años en el llamado Claustro de la Enfermería, los novicios de corta edad lo identificaban como un ángel guardián. Pero es en el Claustro de la Portería India donde atendía a los enfermos pobres que acudían de la ciudad, cobrando fama de caritativo con los menesterosos de la capital. Recogía limosnas en cantidades asombrosas, repartiendo todo lo que recogía. Como herbolario, sembraba hierbas medicinales y creía en su poder curativo, las regalaba a los pobres y las administraba a sus enfermos a quien solía repetirles: “Yo te medico, Dios te cura”. Un testimonio cuenta que solía decir al enfermo: “Aliéntese que, aunque le han descubierto los médicos de la tierra, el Médico celestial no le ha desahuciado...”En nuestro San Martín de Porres se dieron todas las virtudes conventuales: la humildad, la modestia, la prudencia, la paciencia, la diligencia y la perseverancia. Los testimonios que concuerdan en su humildad recuerdan por ejemplo que: “Fray Martín de Porres nunca entró en la celda de otro fraile a conversar sino a “hacer cosas tocantes a su oficio de enfermero”. Entonces, sin aceptar silla o banco, se postraba primero en tierra y luego se sentaba en el suelo a los pies del enfermo”. Respecto a la virtud de la paciencia, se cuenta que “Muchas veces le trataban mal de palabras, llamándole “perro mulato y otras injurias”, y que siempre respondía con mucha modestia y humildad...”que ya sabía que lo era”. Lo curioso es que tenía en esas circunstancias “el rostro alegre y risueño”, sin mostrar enojo, más bien al que lo injuriaba, le servía con más voluntad y amor.”Nuestro querido santo tuvo un grado de percepción evidentemente superior. No sólo conoció el presente oculto, sino también el futuro lejano y el pasado dormido. Se dice que “tenía el don de la profecía” y sabía los enfermos que se habían de morir desde el principio de sus enfermedades. Nuestro Señor adornó también a San Martín de Porres con el don de lenguas, el don de la bilocación, la levitación, la agilidad, la luminosidad y la sutilidad. Con relación a sus levitaciones, fueron varias y, además, muy difundidas.El rigor penitencial, tan usual en esa época, fue algo inherente a la existencia de nuestro santo limeño, quien se castigaba corporalmente y lo hacía con tesón, pero también con método, debía calcular sus fuerzas para seguir laborando. Se daba tres disciplinas cada día y llevaba ocultos sus instrumentos de mortificación.
Existen testimonios sobre las espinosas relaciones y luchas que San Martin de Porres tenía con el demonio... Es conocido el episodio que cuenta un testigo ocular: Había una escalera cerrada por ocasionar accidente al que pasaba por allí...una noche Fray Martín al acudir al llamado de un enfermo, tuvo que pasar por esta escalera y se encontró con el demonio al que lo obligó a irse de allí. Con los carbones que llevaba Fray Martín en un bracero hizo dos cruces en la pared donde luego se colocó una inmensa cruz de madera ...y desde entonces se usó la escalera con normalidad sin accidente alguno...”

Nuestro santo limeño comenzó temprano su vocación pastoral y misionera, porque “muchas veces andaba en las haciendas enseñando la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían a ellas.” Además le hablaban de las Islas Filipinas y él sabía de la China, pero sus verdaderas inclinaciones eran hacia el Japón, de modo que se llegó a decir “que iba al Japón los demás días en espíritu...”

Otro aspecto en el comportamiento de nuestro querido San Martín de Porres era aquella soledad mística, intencionalmente lograda para encontrar la presencia de Dios. Como donado le correspondía comulgar cada 8 días, sin embargo él lo hacía cada dos o tres días...Era el último en comulgar, recibía la Comunión con muchas lágrimas y luego se retiraba y se recogía a orar con Dios, en ese momento era imposible hallarlo hasta que alguien lo necesitase...más tarde descubrieron que solía ocultarse en la sala del Capítulo, en desvanes y sótanos.” Y todo para alabar mejor a Dios. Se dice que “tenía las rodillas en extremo callosas de su continua oración...” Fue un arrobado y Dios fue su arrobador.

San Martín de Porres fue hombre de muchos amigos, eclesiales, reverenciales y profesionales. Y es que como amigo, como religioso y como hombre nunca defraudó, siendo bienhechor de negros, indios y blancos.

Y nos podemos olvidar a las “criaturas de Dios” como solía llamar San Martín a los animales a quienes curaba con toda piedad. Éstos como si tuviesen razón le obedecían y buscaban. Su compasión se extendió a perros, gatos, y ratones, abarcando desde los toros y mulas hasta gallinas, palomas y mosquitos. A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad de los Padres Dominicos, mientras le rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y fueron innumerables los milagros obtenidos por su intercesión. El Papa Juan XXIII lo canonizó el 6 de Mayo de 1962. Demos gracias por nuestro San Martín de Porres, un fraile dominico del siglo XVI que nace entre cruces y espadas y que con actitud humilde y verdadera, se hace sujeto de los secretos del amor de Dios y atrae hacia el Padre de la vida a muchos hermanos y hermanas necesitados de amor, respeto y dignidad.

Jesús te ama.
"...Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias,convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados.Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos..."(Juan XXIII - en la Canonización de San Martín de Porres)
Fraternalmente en Cristo

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